¡Buenos días!
Hoy vuelvo con un nuevo post de viaje porque hemos tenido la suerte de pasar el fin de semana en Extremadura y siento que es necesario que le dedique una entrada a esta maravillosa comunidad autónoma.
La conozcáis o no, os invito a hacer este recorrido por «esta tierra fuerte, de paisaje con lontananzas de infinita idealidad», como la definía Azorín.
¡Ojalá os evoque tanto como a nosotros!

Extremadura no es una de las regiones más visitadas y, precisamente por eso, sorprende tanto.
Al llegar te reciben dehesas infinitas de encinas, caminos de tierra roja, cigüeñas en los campanarios y pueblos blancos donde el tiempo parece ir un poco más despacio.
Al norte te esperan las montañas y gargantas del Jerte, La Vera o el Valle del Ambroz, perfectos para perderte entre cascadas, castaños y pequeños pueblos de piedra. Más al sur, el paisaje se abre en llanuras y embalses enormes donde los atardeceres se vuelven casi dorados.

Es una tierra para viajar sin prisas: pasear por la ciudad monumental de Cáceres, imaginar la vida en la antigua Roma en Mérida o sentarte en una plaza cualquiera, con una tapa de jamón ibérico, un poco de Torta del Casar y una copa de vino de la tierra.

Nuestra escapada empezó con una invitación del Hotel Casa Pizarro, y fue la excusa perfecta para celebrar una ocasión especial.

El hotel es de esos sitios que te hacen sentir en casa: pocos huéspedes, una decoración con encanto y ese silencio agradable que solo tienen los edificios con historia.

Casa Pizarro se construyó el siglo XVIII en la Ciudad Monumental de Cáceres, y fue adquirido y restaurado en 1798 por D. José García Carrasco.

Su decoración combina la elegancia y la tradición de las casas señoriales cacereñas de épocas pasadas, y cada habitación es diferente, ya que se han utilizado muebles antiguos que estaban en la casa y otras antigüedades que se han adquirido en Francia y España.


Dentro del hotel, el restaurante Pan de Huerta pone la guinda: cocina casera deliciosa y, además, son ellos quienes se encargan del sabroso desayuno buffet.

Nos pareció un oasis de paz en pleno corazón de Cáceres.

Lo mejor de alojarnos allí fue que, en cuanto salíamos, teníamos el casco antiguo a un paso: calles empedradas, plazas recogidas, torres y palacios que te dejan con la boca abierta.

Pasear sin rumbo, entrar por una callejuela cualquiera y aparecer en un nuevo rincón se convirtió en nuestro plan favorito.

Entre piedra y piedra, dimos con un lugar que nos fascinó: el Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear.

Está claro que Cáceres no es solo pasado, también es presente y creación, con obras que dialogan con esa ciudad antigua que la rodea.


Y si algo nos hizo sentir que habíamos elegido bien el destino fue la amabilidad de la gente y lo bien que se come.
En cada bar y restaurante nos recomendaron algo “de la tierra” con una sonrisa: que si el jamón, que si la Torta del Casar, que si probar tal vino o tal plato “porque hoy está especialmente bueno”. Entre charlas con camareros, tapas compartidas y brindis por nuestra celebración, nos fuimos de Cáceres a Mérida con muchas ganas de volver.
La capital de Extremadura fue el broche perfecto de nuestra mini escapada.

Entrar en su anfiteatro romano es casi como colarse entre bastidores de otra época: cierras los ojos y casi puedes oír el murmullo del público.
Sentí una mezcla de admiración por lo que fue capaz de construir el ser humano y rechazo por el uso que se le dio.

Justo al lado, el teatro romano tiene otra energía: más luminosa, más ligada a la palabra, al arte y a la belleza. Sentarte en sus gradas, con las columnas presidiendo el escenario, te hace entender por qué sigue siendo un templo de la cultura tantos siglos después.
Al caer la tarde, Mérida nos regaló otro momento mágico: un paseo con la puesta de sol por el puente romano sobre el Guadiana. Sus arcos interminables, el reflejo del agua y el frondoso entorno natural crearon una estampa perfecta para despedirnos del viaje.

Fotos: José Luis Tabueña y mías.
Menudo sabor de boca nos han dejado estos dos días.
Sin duda, Extremadura es un lugar al que uno llega con curiosidad y se va pensando cuándo podrá volver.
¡Feliz comienzo de semana!
Cómo me gustan tus post de viajes!
Este como de costumbre me ha encantado, todavía ano he tenido la oportunidad de visitar Extremadura, pero después de leer este post lo pongo el primero en mi lista!
Besos!
Maravilla de post, qué bien escrito está y qué fotos tan bonitas.